lunes, 27 de junio de 2011

Aprendiendo

La primera vez que me senté delante de una persona como “técnica de intervención” estaba temblando por dentro. Yo debía de tener unos 25 años y tenía delante de mí a un hombre de unos 55, divorciado, con un hijo y que había pasado mucho tiempo viviendo en la calle. “¿Qué puedo ofrecerle yo?” Me preguntaba. Así que, en lugar de hablar, decidí escucharle a él… y aprender de lo que tenía que decirme. Esta persona y otras muchas personas después que él, me enseñaron que  a veces no hace falta hablar, si no que basta con saber escuchar. Me enseñaron que a veces necesitas tocar fondo para coger el suficiente impulso para poder volver a levantarte. Me enseñaron que a veces, cuando los demás no te ven, tienes que gritar muy fuerte y muy alto para recordarte a ti mismo que no eres un fantasma. Me enseñaron que la distancia entre un hogar y un banco en una plaza es más corta que la distancia entre ese mismo banco y un sitio al que llamar tu hogar. Me enseñaron que a veces el dolor emocional es tan fuerte que necesitas estar anestesiada para soportarlo. Me enseñaron también que hasta cuando todo lo demás va mal, te puedes reír compartiendo una taza de café con otras personas. Que una sonrisa puede dar más calor que cualquier estufa. Que el pan se multiplica cuando lo compartes con más gente. Que la culpa nos destruye y la esperanza nos levanta cada mañana.

A lo largo de estos años, he compartido momentos muy duros con las personas con las que trabajo. Cuando una persona tiene una recaída y vuelve a la calle después de meses de mucho trabajo personal. Cuando los ojos se llenan de lágrimas porque una madre decide no volver a coger el teléfono. Cuando pasan los meses y no puedes ver a tus hijas, ni conocer a tus nietos.  Cuando una persona siente que ya no puede soportarlo más y decide no seguir intentándolo. Cuando le das el último adiós a gente que ha compartido su historia contigo, jugado a las cartas contigo o, simplemente, con la que te has tomado un café en silencio (¡nos hemos despedido de tantos!).

Pero también he compartido momentos maravillosos. El abrazo esperanzado de una persona que acaba de conseguir una plaza en una comunidad terapéutica, después de meses esperando. Las lágrimas de una mujer después de colgar el teléfono y hablar con su hermana, de la que no había sabido nada en 5 años. La alegría de un chico al que le acaban de ofrecer su primer trabajo con contrato. La de aquel al que le han concedido la condición de refugiado. La mirada, incrédula todavía, de alguien que consigue una llave para abrir la puerta de un piso donde dejar su mochila y reconstruir una vida.

Yo soy de las que creen que todas las personas que te cruzas en tu vida lo hacen por un motivo: para enseñarte aquello que necesitas aprender. Y pienso que de todas y cada una de las personas con las que he trabajado he aprendido algo, me han aportado algo que me ha ayudado más adelante en mi vida, que me ha hecho crecer como persona, que ha ayudado a enfrentarme a mis miedos y a mis defectos. Por eso desde aquí quiero decir a esas personas que cruzan cada día y que han cruzado la puerta de los centros en los que he trabajado: ¡Gracias! 

Sara


2 comentarios:

  1. Me he emocionado.... gracias Sara!

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  2. he leido todo eso y recuerdo, que no hace mucho tiempo.hacen simples 3 meses yo he salido de las calles, el cariño el solo escuchar de las personas las palavras de confianza y quizas las tazas de cafelito por la tarde, me han hecho fuerte para salir adelante, quiero aprovechar tu texto para dar las gracias a los amigos de rais de sevilla y todos los trabajadores sociales que hacen un bonito trabajo, dedico a raiz mi contrato fijo y mi nueva casa, aun lejos sigo amando sevilla los recuerdare por siempre un abrazo brasileño a todos gracias por todo

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