jueves, 15 de diciembre de 2011

TATI


La primera impresión que tuve de Tati es que tenía unos ojos grandísimos. La miraba y sólo era capaz de ver esos ojos inmensamente abiertos y esa sonrisa contagiosa que te envuelve como un abrazo que no esperas.
No. No es que tenga los ojos muy grandes. Tati tiene muy grande el corazón, la sonrisa , las ganas de vivir...

La he visto negociar, sentada en El Rincón, con esos mismos ojos convertidos en penetrantes estiletes, mirando fijamente al que tenía enfrente:

- ¿ Es que me has visto cara de banco?

Y a los cinco minutos estar con esa misma persona al lado de la maquina del café, riendo y hablando como sólo puedes hablar con alguien a quien estimas.

Siempre que pienso en Tati la veo sonriendo y bailando.

Tati sería capaz de bailar una sinfonía de Mozart. Es su estado natural. Lleva la música dentro. Y no baila más porque el Rincón no tiene todavía un taller de baile, que si no…

A veces la vida nos sorprende. Pequeños actos desencadenan cambios inimaginables. No me gustan los diminutivos, durante toda mi vida he pensado que eran cosa de mentes infantiles. Pero hace poco Tati subió una tarde las escaleras, pasó a mi lado, me tocó el hombro y dijo:

- Hola, Toño.

Lo dijo con tanta alegría, con tanta ternura que, a partir de ese momento, decidí que los diminutivos me gustaban y seguramente lo que ocurre es que no los he practicado bastante. Dos palabras tiraron por tierra 50 años de firmes creencias.

Tati es una de las pocas personas que conozco capaz de sonreírle a la tristeza. Es imposible estar triste a su lado. Ni siquiera cuando estás hablando con ella de cosas dolorosas puede evitar encararlas con una sonrisa. Y eso se pega.


PD: No cambies nunca, Tati. Y, si cambias, que sea para reír más. Para bailar más. Para vivir más.
 

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